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Cariátides con tacón

 

Cariátides con tacón

Totti

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Glamur, afilados tacones, rímel, labios pintados rojo pasión…una combinación explosiva que a pesar de parecer propia de ceremoniales de alto standing forman parte de su look en tareas tan banales como hacer la compra, asistir a clase o sacar al perro, o ¿debería decir a Lulú o Duque dependiendo del sexo de la mascota en cuestión? Tanta sofisticación es abrumadora, incluso llega a asustar, pero la esclavitud por la imagen no se paga a cualquier precio, hasta tal punto que gestos tan simples como un saludo de estas “donnas” están altamente cotizados; en su protocolo lo oportuno es lanzar una mirada al aire, a la nada, al vacío mientras piensan relamiéndose por dentro: “mentecato, cómo osas saludarme con esas ordinarias pintas”, resulta lamentable negar el saludo a alguien que conoces desde antaño.

En este mundo triunfal, la fachada es prioritaria, prueba de ello son las cuantiosas fotos que se realizan, su narcisismo les lleva inconscientemente a esta práctica en la que alternan con gran pericia poses, caritas y morritos; instantáneas estudiadas hasta el último milímetro donde imperfecciones, narices de avestruz, brackets y kilos de más desaparecen por arte de magia. Así, satisfechas publican sus reportajes en redes sociales esperando ansiosas el reconocimiento popular.

Si durante el día parecen mansas, cuando se pone el sol puedes echarte a temblar. Su ritual empieza horas antes, un mar de dudas las recorre, no saben qué atuendo ponerse, en sus armarios es fácil perder el norte e inverosímil hallar una aguja; aunque todo les sienta divino muestran una especial predilección por aquellos modelos de escote más que generoso y falda semejante a un cinturón, es la mayor garantía para sentirse observadas, en algunos casos hasta escaneadas, por el sector varonil, nada más lejos de su verdadero propósito, que es ensalzar su belleza.

Tras dejar exhausto al espejo, sin aliento recordando una y otra vez quién es la más linda de la faz de la Tierra, parten rumbo al local de moda, en ese que nunca han de abonar entrada, ya que son VIP, irrepetibles y previamente ganaron la confianza del portero, supongo que gracias a la fórmula que aplican con el resto de los mortales: simpatía y ante todo humildad. No nos dejemos llevar por hipótesis inconsistentes como zalamerías, arrumacos y otras pamplinas que sedujeron al segurata.

Curiosamente, esas virtudes no se transfieren con los valientes que intentan entablar una conversación cordial con ellas; en estos casos se muestran impasibles como cariátides o entonan alguna frase brillante de menosprecio, es ahí cuando verdaderamente resultan entrañables, y comprendes que el haber vencido tu timidez, voluntariamente, ha merecido la pena.

Te das cuenta de que son algo platónico que ni tu simpatía ni el Ibiza pueden alcanzar. Quedas más tranquilo al ver cómo se derriten con el adonis que sirve copas tras la barra, aquel que antes salía contigo pero cambió su viejo vehículo por uno de alta gama e intimó con la vigorexia.

Para estas divinas se hace insoportable el que transcurran las horas y no haber recibido atisbo alguno de interés masculino, el tiempo dedicado a alicatarse parece echado por tierra, y el espejo más falso que el mismo Judas; es entonces cuando la pasividad se torna en búsqueda y captura, cualquier joven apuesto no opondrá resistencia a las garras de estas harpías; de este manera harán efectivo el principio de “usar y tirar”.

Por un instante, frotas tus ojos y te dices que esto no puede ser verdad, realmente soñabas con una selva entre luces de neón, dubitativo te preguntas si será cierto que el macho dominante es el que subsiste, unos flashes te ciegan, vislumbras la mirada de una cobra, dos pitones escondidos tras un vestido, la picadura había sido mortal, te habías dejado embaucar por el veneno de una de estas ninfas.

Totti

 

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