Se acerca el gran día y los nervios están a flor de piel, todo está a punto: fotografía, vestuario, banquete, flores, alianzas,…En fin, obviemos echar un vistazo a la cuenta corriente por si me arranco a llorar, y no precisamente de la emoción.
“Sellar” el amor entre 2 personas, dar ese paso adelante, es lo más bello que puede sucederte en la vida, de hecho, sólo te ocurre 1 vez o al menos ese es el propósito aunque las estadísticas al respecto no sean demasiado halagüeñas. Lo que no logro entender es dónde reside la imbricación del matrimonio con esos ceremoniales masificados, tan de moda hoy día, donde las profusas listas de invitados rozan el infinito, los trajes son exclusivos para la ocasión (que a nadie se le ocurra repetir el último conjunto lucido en anteriores eventos), y se hace preciso abastecer de ingente comida, en un restaurante de alto caché ya que hacerlo de forma casera restaría prestigio y Dios nos libre del “qué dirán”, a toda esa marabunta de la que, con mucha suerte, conoces a la mitad y sólo invitaste a un cuarto de ellos.
Ojalá fuera más puro, pero por desgracia este ritual está en ocasiones rodeado por cierto escepticismo, ya que aún no se ha demostrado que pasar por la vicaría sea la panacea del amor eterno. Funesto resulta cuando algunos/as utilizan este oficio o sacramento para “atar” burocráticamente, en aras del interés, a un compañero/a que poco tiene de sentimental.
No tengo el ánimo de usurpar la ilusión de quienes son partidarios de toda esta parafernalia, cada uno es libre de elegir, o en teoría eso dicen, cómo será su boda; Sin embargo, apostaré por otro tipo de enlaces, esos en los que los sentimientos son verdaderos y no se desvanecen con el paso de los años, esos que se demuestran con los hechos y no pertenecen al séptimo arte, que recordemos que siempre es ficción.
HI CIALIS¡THANK YOU SO MUCH FOR READING IT¡
WHERE ARE YOU FROM?
SEE YOU SOON
Alberto Franco