...Mirar despacio...
Laura Pérez Torregrosa
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Se descalzó despacito, deseando estirar los dedos para sentirse mejor.
No hizo falta quejarse, acelerar el paso, ni retroceder. Simplemente se quedó.
Su cuerpo se instaló en el tiempo. Ni las pestañas de la noche la hicieron temblar.
Se mantuvo fría, elegante y pausada. Con los ojos encendidos y la boca entreabierta.
Sus manos estaban heladas, el púrpura de su piel comenzaba a brillar.
La incertidumbre de no saber la atormentaba.
Sólo buscaba un objetivo, no le importaba nada más.
Los suspiros permanecían enredados en su lengua, no podían salir al exterior.
Los latidos desparecían, buscaban otro cuerpo, otro lecho donde sobrevivir.
Entonces llegó él.
Apareció en el espejo, dibujando su imagen con la yema de los dedos. Empañó el cristal.
Se perfiló a sí mismo con maestría, temiendo ser borrado por el vaho de un suspiro.
Detuvo el movimiento del aire con los labios.
Parpadeó rápidamente y mantuvo la cabeza erguida, quedándose paralizado y sin respirar.
El tiempo restante se consumió bajo la tierra. El tic-tac de la razón empezó a decaer.
Ambos se miraban perplejos. Se miraban las pupilas. Se descifraban el pensamiento.
Las miradas cobraron vida. Estalló así la agonía, se exaltó sin remedio.
De dos cuerpos inmunes al relente, extasiados por lo ilógico, por lo inusual, sólo los ojos les conversaban...se trataban con esmero.
Se engancharon como si tuvieran dedos de cristal.
Se deslizaron ambos por el espejo de la furia.
Se extrañaron. Se conocieron. Fueron pura casualidad.
Se miraron muy despacio y muy despacio se sintieron.
Pero el reflejo tras el cristal se iba derritiendo.
La piel se hacía agua, el alma era veneno.
Parpadearon sin querer, y a través de sus miradas, desaparecieron.
¡Qué bueno!¡qué profundo! Nueva tinta y guiada por una mano con mucha clase.