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El día de la despedida

El día de la despedida

Totti

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La tregua ha tocado a su fin. Aquel día el viento corría por las calles mientras las hojas levitaban a su paso; los vecinos aireaban sus pensamientos desde el interior de sus casas pues no se atrevían a salir y afrontar lo que les venía encima; lo que vaticinaban fue sonando de boca en boca, con tono ominoso y casi sin aliento, hasta llegar al más ingenuo y perdido de sus confines; la noticia recorrió vertiginosamente cada rincón del pueblo, que a partir de entonces, caminaría junto al estigma de la pena y la desolación. Aún recuerdo ese día, en mi retina quedaron petrificadas aquellas sensaciones y plegarias que daban el último adiós. El crepúsculo dejaba entrever rayos de fuego que desgarraban el cielo, en tierra firme un manto negro siguiendo el débil latido, el pueblo languidecía trasladando mi cuerpo tumefacto hasta un paraje desconocido.

Los rostros de la gente hablaban desencajados sin mediar palabra alguna, los llantos ahogaban paulatinamente el sol que se consumía en el horizonte, el que nunca más vería salir. En mi existencia creí estar solo, divagando por el mundo, naufragando por la vida y varado por la tempestad. Tras el último suspiro comprendí mi error, frente a mí se esbozaron todos esos instantes en que los míos parecieron extraños, nunca supe darles lo que anhelaban, mis constantes devaneos me arrastraron hacia el abismo, y los gritos mientras mi cuerpo caía al vacío hoy son sólo eco.

Todas esas voces empastaron haciéndose una, que me atormentaba, removía mi conciencia, hundía mi alma entre los entresijos del infierno, tras fundirse el hilo que me separaba de la realidad. Ante mí se filtraba un mosaico de semblantes consternados,  por la insidia de un pobre al que la ambición le hizo olvidar lo verdaderamente importante; sus lágrimas me cortaban como gélida agua, el sentimiento de culpa llovía y llovía sobre mí.

En la triste despedida, intentaron que regresara, lo más denigrante es que hacía tiempo que ya me había ido, dudo si alguna vez llegué a estar, o fui sólo un espectro en cuerpo presente pero vacío por dentro. Pese a haber maldecido la orfandad y vivir mi niñez abatido por la ausencia, hoy he condenado a los míos a correr esa misma suerte.

La necrópolis contempló a Javier ansiando despedirse de los suyos, arrodillado golpeaba un roble lamentando el haber vivido tan deprisa, la resina fundía sus manos con una muerte lenta y agridulce, era muy tarde para recapacitar. Iluso gritaba: “no estoy muerto”, “estoy aquí”…pero fueron inútiles sus alaridos; tiritando se quedó mientras la congoja y el pánico se ciñeron a su cuerpo, por instantes dejó de ver deslumbrado por una penetrante luz. ¿Quién eres tú?, dijo frotándose los ojos entre su asombro…

 

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